La Amazonía peruana es un universo de ríos interminables, bosques que parecen no tener fin y comunidades que han convivido en armonía con este ecosistema durante milenios. En regiones como Loreto y Amazonas, la naturaleza no es solo territorio: es hogar, alimento, medicina y memoria viva. Hoy, sin embargo, ese equilibrio se ve amenazado por la fuerza creciente del cambio climático que altera lluvias, ríos y estaciones.
Las comunidades sienten estas transformaciones en su vida cotidiana. “Antes sabíamos cuándo sembrar y cuándo pescar. Ahora el clima ya no avisa”, comenta un anciano a orillas del Amazonas. Las crecientes del río son más intensas, las sequías se prolongan y especies de peces desaparecen de las cochas. La vulnerabilidad parece inevitable, pero los pueblos indígenas nos muestran otra cara de la historia: la resiliencia tejida con sabiduría ancestral.
En muchas comunidades de Loreto, la agricultura diversificada en las chacras continúa siendo un escudo frente a la incertidumbre. Se rotan cultivos de yuca, plátano, maíz y plantas medicinales, asegurando alimentos incluso en tiempos difíciles. “Nuestros abuelos nos enseñaron a escuchar el canto de las aves y mirar el río para saber qué sembrar. El bosque nos habla, y si aprendemos a oírlo no pasaremos hambre”, dice una mujer mientras enseña a su hija a preparar la tierra.
La pesca sostenible es otro ejemplo de adaptación. Las comunidades ribereñas establecen vedas y zonas de protección, cuidando los ciclos naturales del agua. “El río es como nuestra sangre: si lo contaminamos o lo agotamos, también enfermamos nosotros”, explica un joven pescador de la cuenca del Marañón. Estas prácticas no solo aseguran la alimentación, sino también la relación espiritual con el agua, considerada fuente de vida y memoria colectiva.
En Amazonas, la medicina tradicional resiste como bastión de salud comunitaria. Plantas como la sangre de grado o la uña de gato siguen siendo aliadas contra enfermedades que se intensifican con el calor extremo. Son sobre todo las mujeres quienes transmiten este conocimiento. “Las plantas son nuestras hermanas. Si las cuidamos, ellas nos cuidan”, afirma una lideresa awajún mientras recolecta hojas en el bosque.
La resiliencia Amazónica no se limita al Perú. En Colombia, las guardias indígenas vigilan sus territorios; en Brasil, comunidades enteras se levantan contra la tala ilegal; en Ecuador, mujeres amazónicas lideran campañas por agua limpia. Cada experiencia revela una verdad compartida: la naturaleza no es un recurso por explotar, sino una madre que se cuida.
Hoy, pueblos indígenas de Loreto y Amazonas nos enseñan que, frente al cambio climático, no todo está perdido. Con su memoria, organización y espiritualidad, son guardianes de la vida y aliados estratégicos para el futuro de la humanidad. Reconocer sus derechos y aprender de sus prácticas no es solo un acto de justicia: es una urgencia global.
La Amazonía no se defiende sola. Se defiende con ellos, los pueblos que la habitan y la cuidan desde hace milenios. Su resiliencia es también nuestra esperanza. Aprendiendo de su ejemplo, encontramos la inspiración para construir juntos un mundo más justo, sostenible y profundamente humano






